NUESTRAS MÁRTIRES
La guerra civil en España (1936 – 1939) se caracterizó por una feroz persecución religiosa que costó la vida a casi 12.000 cristianos; entre ellos sufrieron el martirio por odio de la fe cuatro hermanas nuestras: Rosario de Soano (1863-1936), Serafina de Ochovi (1872-1936), Francisca Javier de Rafelbuñol ((1901-1936) y Aurelia de Valencia (1884-1936).
Al estallar la guerra se encontraban en la zona de Valencia donde la persecución era particularmente fuerte y, como hicieron también otras hermanas, salieron de la casa religiosa, ya ocupada por los soldados y buscaron refugio en sus propias familias o en otras, pero no pudieron escapar a la furia de los milicianos que tenían la orden de “terminar con la religión”. Las Hnas. Rosario y Serafina fueron fusiladas juntas el día 23 de agosto de 1936 y la Hna. Francisca Javier, valenciana que se había refugiado en casa de sus padres, fue fusilada junto con su hermano sacerdote el 28 de septiembre del mismo año. Estas tres hermanas fueron beatificadas el 11 de marzo de 2001, junto con otros mártires de la misma persecución. Ejecutaron también a la Hna. Aurelia de Valencia, pero no habiendo testimonio de su martirio, no se pudo introducir su causa de beatificación.
Aún en el secreto que siempre envuelve estos acontecimientos, nos han llegado algunos testimonios sobre el martirio de nuestras hermanas. Dicen que la Hna. Rosario, antes de su ejecución, se quitó el anillo de su alianza perpetua como consagrada y lo entregó a su verdugo diciéndole: “Toma, te lo doy en señal de que te perdono” y el joven que lo recibió, quedó tan impresionado que devolvió el anillo a otra religiosa encarcelada. Un testigo que conoció a la Hna. Serafina afirma que, en los momentos difíciles de su vida, tendía a angustiarse pero otros afirmaron que, en las horas que precedieron a su ejecución, se mantuvo firme y serena y, junto con la Hna. Rosario, murió gritando “¡Viva Cristo Rey!”. La Hna. Francisca Javier, un día, manifestó a su mamá su temor a la muerte y su misma madre la animó diciéndole: “¡No tengas miedo! El Señor te ayudará si llegara la ocasión. ¡Hija mía, no reniegues a Jesucristo que te quiere mártir!”. Estas palabras le ayudaron a prepararse para enfrentar la muerte y, antes de caer bajo el disparo, gritó: “Que Dios os perdone como yo os perdono”.